miércoles, 23 de diciembre de 2009

Derrida

Aproximaciones

¿Qué es lo que está “dentro” y qué es lo que está “fuera” de un texto, de ese texto, y dentro y fuera de esos libros de los que no se sabe si están abiertos o cerrados?
No selles, es decir no cierres; pero también no firmes.
Jacques Derrida

Debo comenzar con una precaución. Intentar "un acercamiento" al pensamiento de Jacques Derrida mediante esquemas y categorías deudores de lo que él mismo cuestiona se complica si la pretensión asume la retórica de una "introducción", es decir, la presentación didáctica y resumida de la problemática del autor en los términos de un resumen sistemático. Menciono al comienzo esa posibilidad como modo explícito de conjurarla.
Una introducción que siguiera esos lineamientos supondría desconocer o tergiversar un principio activo en torno del cual se ha ido desplegando el trabajo intelectual de Derrida: deliberar y confrontar críticamente con una constelación de ideas, conceptos y discursos, establecidos por una larga tradición a partir de una rejilla especulativa en la que emerge, una y otra vez, la figura clásica de la oposición antagónica, presupuesto insoslayable para la instauración de una jerarquía violenta que subsume, diluye y funcionaliza la oposición. En torno de ese diseño de contradicciones dicotómicas, la historia del pensamiento ha ido sedimentando, con innumerables variantes y modulaciones, debates funcionales y consecuentes con ese aliniamiento subyacente; por lo tanto, una aproximación al pensamiento de Jacques Derrida para ser solidaria con su gesto desconstructivo debe disponerse a promover una inquisición que se instale más acá y más allá de las generalidades y que apunte a dar cuenta de la diversidad de la problemática planteada tanto en los sentidos como en las operaciones discursivas y retóricas puestas en juego en sus textos.
La obra derridiana expone y tematiza que la configuración de los conceptos no puede ser escindida del tratamiento textual; es por esa razón que los conceptos no aparecen libres ante la mirada crítica que los asedia de las entonaciones propias de la retórica discursiva; es decir, no poseen unidad cerrada ni claridad específica y mucho menos una idealidad distintiva.
Un Derrida legible y compactado en un resumen didáctico, supone no sólo desistir de un desafío, sino, sobre todo, convalidar una asimilación sedante.
Una argumentación lineal que haga homogéneo su discurso, que alise los injertos y cubra las grietas, que explique al Derrida segundo, más literario y político, por el Derrida primero, más filosófico, sólo es posible en una lectura represiva.
Con el objeto de sortear los riesgos de una normalización consoladora y reduccionista, mi exposición se despliega en un doble eje asimétrico, muchas veces en pugna: una cierta fidelidad cronológica, exigida por las redes de solidaridad, genealogía y debate, y una cierta fidelidad temática, exigida por el diseño expositivo de mi escritura.
Estas palabras de aproximación aluden a la rugosidad de esta anunciación, para exhibirse desaforadamente como una imposición interpretativa que no reniega ni finge las dificultades del proyecto: hay un encuadre, pero el marco no existe; el objetivo es asumir la condición de prótesis, tratando de establecer deslizamientos de encuentro entre mi lectura y los textos de Derrida.







Roberto Ferro
rferro@filo.uba.ar

De la literatura y los restos

PRÓLOGO

Noé Jitrik

“Nada literario me (le) es ajeno”, podría decir (y decirse) acerca de un libro como el que viene a continuación. Declaración audaz, pero verdadera: desfilan en esas desbordantes páginas textos, referencias, sobreentendidos, alusiones, reflexiones, el universo de la literatura en fin, una constelación de palabras, que son también conceptos, mediante los cuales Roberto Ferro trama una relación pasional (e intelectual) con la literatura de su tiempo y en la que resuenan ecos de la gran literatura de todos los tiempos.
Se diría (yo diría) que internarse en ese libro es tan apasionante y tan peligroso como internarse en un océano refugiado tímidamente en un indeciso barquichuelo, o sea, metáfora mediante, en nuestra prudencia lectora, recaudo indispensable para salir con bien de una tormentosa travesía. Y lo es, o sea peligroso, porque tras la aparente certeza de lo que se llama “crítica literaria”, o sea determinado desmonte de un texto por unas manos competentes y presuntamente autorizadas, está la turbulencia de un pensamiento insatisfecho, que vuelve sobre sí en un movimiento espiralado, tan incesante como lo exige la imagen rectora de todas sus aproximaciones.
Lo que Ferro intenta capturar, entrando de frente y de costado, de arriba y de abajo, es precisamente la incesancia de los textos que lo motivan y que, como textos, intentan escapar en, precisamente, lo inacabado de lo que son. Y, en la medida en que se trata de textos –novelas en particular, predominantemente, de diferente origen, Conti, Roa Bastos, Tabucchi, Mallea, Somoza, Baccino, Vila-Matas, y otras especies, Cortázar, Walsh, Lemebel, Jitrik, Borges, Dorra, Zambrano Colmenares-, o, mejor dicho, en que se “ocupa” de textos con el inocultable propósito de entrar en ellos y sacarlos de su reposo –siendo que esos textos son todos intranquilos-, se podría reconocer el resultado de su ocupación, como quien ganó una batalla y un territorio, y compartirlo, o sea comprenderlo en lo que ilumina y nos ilumina.
Se podría, antes lo señalé, llamar “crítica” a ese gesto pero (diría), como crítica, no se parece a lo que suele presentarse con ese ropaje. Más bien parece una extroversión, un deseo de comunicar mediante la verbalización de una lectura, actividad que, como se sabe, se ejecuta en la sombra, en la intimidad, lugar en el que opera como un turbulento laboratorio, confluencia de saberes e intuiciones, memoria e ideología y, si no media una voluntad, lo que un texto le pide a una mirada queda ahí, en su hervor o en sus cenizas.
Pero puede la lectura salir de ese encierro y convertirse en discurso, como es el caso de este libro. Y ese discurso, en este libro, se rehúsa a las convenciones y a los reglamentos y aun a los objetivos y, en cambio, asume el aspecto de una continuada conversación. La puedo calificar: es fluida y su acercamiento a los textos es tembloroso, es como si la mano que dirige la escritura se fusionara con la lectura y quisiera no perder nada de lo que aconteció en ese laboratorio; la mano vacila ante lo que los textos tienen de indecible, pero no se arredra ante lo que tienen de ilegible, eso que Ferro mismo llama “el resto”, que sería, en otras palabras, la incandescencia de la escritura.
Y, a la vez, si es lectura deja ver en los resquicios lecturas previas de las que ésta sería la capa superior; lecturas numerosas, una masa que permite que la que apreciamos se establezca. Uno las percibe o adivina su respiración, no es que lea tan sólo un previsible o buscado respaldo a afirmaciones imponentes y que, precisamente, quitan la respiración. Restos, a su turno, de estructuralismo, desconstruccionismo, incluso de encendidas filologías, líneas que se intersectan y se encaminan hacia un destino semiótico, hacia el lugar de la semiosis que confiere identidad a cada texto objeto de la mirada, la lectura y la escritura que le sigue.
Esa conversación renuncia a la argumentación, se recuesta sobre la afectividad y, por consecuencia, no parece querer convencer; más bien parece querer aspirar a un lugar en una conversación probable con un otro que podría compartir la materia en que se basa, esa sutil configuración imaginaria que reproduce, como un símil, la trama de nuestro tiempo.
Por detrás las otras lecturas, un hervor teórico que Ferro asume como haciéndose cargo de una ausencia puesto que, se sabe, la teoría va y viene en estas tierras y en ocasiones su persistencia es sentida como arrogante, como inapropiada para la sencillez que nos sería propia; a veces, por eso, la literatura como práctica la rechaza, otras la cultura la solicita y a veces, en uno u otro caos, una suerte de timidez la recluye y remite sus disposiciones –en el sentido de “lo que se dispone”- a un lugar lejano en el que la teoría no necesita excusarse para ligarse a la literatura y, eventualmente, iluminarla.
Así, en estos cruces, transcurre un libro “que da cuenta”, en otras palabras que muestra aquello que puede hacerse con y en un texto y, al mismo tiempo, la red instrumental que lo permite. Deseable conjunción, no sólo Ferro la propone, en un deber ser intelectual, sino que la ejecuta y produce un libro contundente en el que se adivina igualmente una larga maduración, un tiempo decantado, experiencia y pensamiento juntos, literatura, pues, en el mejor sentido de la palabra.




























Índice


Pasajes liminares
De la escritura y los restos
Escritura y vida en los textos de Julio Cortázar. Un modelo para desarmar
De perlas y cicatrices de Pedro Lemebel. Otra crónica de Indias
Fiesta en noviembre de Eduardo Mallea. Una reflexión sobre la identidad americana
Sudeste de Haroldo Conti. La búsqueda de una utopía perdida
Hijo de Hombre de Augusto Roa Bastos. Una reescritura del texto ausente
El legado de Macedonio
De los restos y la lectura
Un chino perdido en la Biblioteca de Babel
La escritura de Noe Jitrik. La incesancia, la fisura y/o el resplandor en la palabra literaria
En torno a ese entonces en La casa y el caracol (Para una semiótica del cuerpo) de Rául Dorra
Aproximaciones a la obra de Antonio Tabucchi
El mal de Montano de Enrique Vila-Matas. ¿Homenaje a Emilio Renzi?
Una maquinita estrafalaria de lectura
De la lectura y los géneros como restos
La narrativa policial latinoamericana. Una encrucijada de senderos que se bifurcan y se intersectan
La literatura infantil como macrogénero
La caverna de las ideas de José Carlos Somoza. Un lugar no tan claro
Notas al margen de la desconstrucción
La palabra arrinconada. A ras de todo de Eduardo Zambrano Colmenares
Maluco. La novela de los descubridores de Napoleón Baccino. Una invención literaria de la historia



Roberto Ferro
rferro@filo.uba.ar