sábado, 3 de abril de 2010

LEER A CORTAZAR. AHORA EN EL MALBA

Leer a Cortázar. Ahora en el MALBA

En los últimos años de la primavera alfonsinista dicté cursos y seminarios de literatura latinoamericana en el Centro Cultural San Martín. En ese período aun quedaban destellos de un inquieto entusiasmo por el retorno de la democracia. La inscripción a las actividades programadas era libre y gratuita, lo que generaba un desafío para los expositores por las variaciones de todo tipo que atravesaban a los participantes. Durante dos años, entre abril y diciembre de 1987 y 1988, mi propuesta estuvo centrada en la narrativa de Julio Cortázar, el primero dedicado a sus cuentos, el siguiente a sus novelas.
Si la intervención activa era el rasgo distintivo de los concurrentes, durante los seminarios sobre Cortázar se redobló esa apuesta, lectores de diferentes edades y con muy diversa formación exponían sus lecturas con una pasión que otorgaba a sus interpretaciones una modulación de intensidad inigualable.
Esa fue una experiencia que marcó de manera indeleble mi trabajo como profesor en los años siguientes. Mis clases en universidades argentinas y del extranjero, las actividades en diferentes instituciones culturales, los diálogos tan insistentes como dispersos con lectores en cualquier circunstancia o espacio, fueron formando en mí la convicción de que aquellos que se sentían atraídos por los textos cortazarianos hasta hacerlos sus preferidos diferían de los demás grupos similares.
Una y otra vez, me propuse escribir extensamente sobre la obra de Julio Cortazar. Los libros sobre Onetti , Derrida, Walsh, Macedonio o Tabucchi, que me ocuparon los años siguientes, podrían servir de coartada para explicar la continua postergación que sometía a esa proyecto; a pesar de que hay algo de verdad en eso, creo que los sucesivos diferimientos están íntimamente vinculados con un intento de comprensión, que aun creo insuficiente, en torno de la relación entre la escritura cortazariana y sus lectores apasionados.
Los análisis que algunos críticos han desarrollado sobre ese asunto me resultan decepcionantes; Beatriz Sarlo, por ejemplo, suele atribuir a los lectores de Cortázar un estado de perpetua adolescencia; de todos modos, sus afirmaciones se reducen a dos parámetros, por una parte, sólo se refiere a un fragmento muy reducido de su obra y, por la otra, sus argumentos se acercan más bien a una confesión autobiográfica que, en definitiva, sólo se limita a exponer cambios de gusto personales, antes que una reflexión fundada en alguna investigación consistente. En otros casos, el nombre de Cortázar es lo suficientemente atractivo como para que lectores críticos como Gonzalo Garcés lo usen con afanes autorreferenciales, para estigmatizarlo con afirmaciones tan rimbombantes como vacías de sentido, que por ende, descalifican a los lectores cortazarianos; mientras escribo dudo si la calificación de lector crítico que le atribuyo es un eufemismo o una hipérbole, digo porque acaso el paradigma intelectual de Garcés esté más próximo a Jacobo Winograd que a Roland Barthes o a David Viñas, y tengo dudas acerca de que su área de conocimiento sea el campo literario, pero me voy a permitir ese deslizamiento urgente.
En 2008, enfrentaba una situación extraña, al menos para mí, distintas editoriales me anunciaron casi simultáneamente, que programaban para los próximos meses la publicación de varios de mis libros. Debo confesar, que aún perdura mi extrañeza frente a esa situación; ante la cual, me he refugiado en la idea de estoy frente a uno de los tantos avatares de los vínculos bizarros entre los ensayistas de crítica literaria y los editores, más que a un designio personal. Ya sin excusas, tendría que volver al proyecto de un gran libro sobre Cortázar; con ese propósito programé un seminario de grado para dictar en la carrera de letras bajo el título de “Teoría y crítica del cuento fantástico en la obra de Julio Cortázar”. Hubo record de inscriptos más de 150, de los cuales unos 30 eran alumnos extranjeros que cursaban por programas de intercambio; para ese entusiasmo no había otra razón más que el contenido del seminario, la obra de Cortázar seguía convocando más que cualquier otro de los temas que había dictado en los años anteriores. Entonces, una vez más, mi objeto de deseo quedaba interferido por esa duda metódica acerca de la relación entre los lectores y Cortázar, ahora agravada, esos lectores eran alumnos universitarios, sus intervenciones exhibían un marcado rigor teórico y una notable madurez crítica, pero también en su abrumadora mayoría tenían un lazo afectivo que marcaba a fuego sus lecturas críticas. En Metaliteratura, se han publicado algunas de las monografías del seminario, que testimonian por sí mismas mi afirmación acerca de la entidad de esos trabajos.
Mientras iban apareciendo mis libros, primero Derrida. El largo trazo del último adiós, luego De la literatura y los restos, ambos a finales del 2009, y finalmente, Fusilados al amanecer. Walsh y el crimen de Suarez, a principios de este año, fui diseñando un itinerario posible que me permitiera reflexionar acerca de los modos de lectura de la obra de Cortázar que producen el particular efecto de ser notablemente resistentes y renovados, más allá del paso de los años; muchos de los lectores del seminario de la Facultad no habían nacido en 1984, el año de la muerte del escritor, por lo tanto, estaban alejados de todas las circunstancias que colocaron al escritor en el centro del canon de la literatura latinoamericana a mediados de la década del 60. En qué consiste esa fascinación, ese interés, que hace a los cortazarianos viajar de un texto a otro, que los lleva a conservar las ediciones plagadas de notas, a atesorar primeras ediciones, a insistir en regresar a los mismos cuentos y novelas una y otra vez.
Entonces, justamente entonces, Carla Scarlatti, responsable de la programación de los cursos de literatura en el MALBA, me convoca para participar en la programación de este año. No tuve dudas, le envíe un proyecto: Julio Cortázar. Todos los cuentos el cuento. La inscripción quedó colmada apenas se comenzó hacer la difusión. El curso que está por terminar el próximo viernes 8 de abril, será repetido desde fines de este mes, fueron más los inscriptos que quedaron fuera del cupo, que los que pudieron realizar el curso.
Nuevamente la experiencia de trabajar con los textos de Cortázar me imponía una exigencia de otro tipo. La clase de apertura en el MALBA tuvo ese inestable misterio del primer encuentro: miradas inquietas, gente que llega tarde y se acomoda como puede ante la mirada de reproche de los que ya habían empezado a meterse en el tema; salvo uno que otro, todos eran desconocidos entre sí. La cuestión a resolver para mí radicaba en cómo empezar, cómo convocar la atención de un público tan heterogéneo. Los alumnos universitarios entregan dos seguridades, ante todo cierta coincidencia en el proceso de su formación da uniformidad a su competencia y, por otra, cierta comunidad de objetivos. Como siempre ocurre con este tipo de cursos, el público del MALBA en su diversidad, exige mucho más de quien va a coordinar el trabajo.
Mi idea, apoyada en la experiencia, era presentarme como un lector versado que se sitúa frente a los textos con el objetivo de llevar a cabo una apertura hacia el interior, es decir hacia la comprensión de la construcción textual, de sus sentidos posibles y de sus múltiples apuestas, para lo cual me iba presentar como portador de un saber acreditado que me permitía sintetizar en unas pocas líneas una cartografía adecuada. Para llevar a cabo esa tarea, como un guía iniciado debía conocer acabadamente los terrenos a transitar para prevenir posibles extravíos, insinuar los pasajes más adecuados y, finalmente, advertir sobre los atajos que facilitaran a los inminentes lectores un recorrido apropiado, sin sacrificar, sino antes bien alentar el deseo de goce y de asombro.
En cambio esta vez, asediado tanto por miradas tan cómplices como inquisitivas, preferí dejarme llevar por el movimiento que fueron suscitando en mí las sucesivas lecturas de los cuentos de Cortázar con que se iniciaba el curso. Más que un guía práctico, me situé en el lugar de aquel que elije compartir experiencias y pensamientos, sin imponerlos como sugerencias o instrucciones anticipadas de uso. Ante todo, busqué exponer mi experiencia de lector como aquel que ha sido trasformado por el camino emprendido. Que la lectura hubiera sido para mí una experiencia en el sentido de camino recorrido pretendía exponer nítidamente que privilegiaba ante todo la idea de búsqueda más que cualquier forma de respuesta cerrada. Indagación de la escritura leída, en primer lugar, puesto que esa escritura nunca aparece como un presente por anticipado y sin embargo nos llama desde un más allá de su materialidad significante.
El resultado fue magnífico. Ese grupo, que con cautela no exenta de tensa atención, a medida que trascurría ese primer encuentro fue soltando las amarras y las intervenciones se hicieron más frecuentes, se reveló de modo magnífico a medida que pasaban las clases: en los días siguientes a cada clase mi e mail comenzó a ser visitado cada vez con mayor asiduidad, me llegaba con inquietudes, preguntas, dudas, deseos de continuar, confesiones, textos escritos, señales de ayuda, y básicamente agradecimientos.
Leer Cortázar. Ahora en el MALBA, ha renovado mis preocupaciones acerca de los modos de leer su escritura, el curso que estoy terminando más que despejar dudas me ha impuesto en la exigencia de una búsqueda que supere los condicionamientos de los lugares comunes con que la crítica cree tanto haber canonizado como ajustado cuentas con la obra de Julio Cortázar.
Buenos Aires, Coghlan, 3 de abril de 2010

Roberto Ferro
rferro@filo.uba.ar