domingo, 14 de septiembre de 2008

A propósito de la Impugnación del Concurso Literatura Latinoamericana II presentada por el Dr. Roberto Ferro.

Sí, todos los que asistimos a la Facultad de Filosofía y Letras conocemos los procesos kafkianos en carne propia; sea uno alumno o profesor, siempre estamos sometidos a ciertos “extrañamientos”.
Por una cuestión de ética académica Tzvetan Todorov nunca va a reconocer que cuando escribió “Introducción a la literatura fantástica” allá por los años ´70 se inspiró en nuestra facultad, especialmente cuando dice que “la exageración conduce a lo sobrenatural”.
Sí, debe ser así, la “exageración” para menoscabar la trayectoria de escritor, intelectual y docente del Dr. Roberto Ferro, sólo puede entenderse a partir de algún fantasma maléfico que ha sobrevolado la facultad el 28 de agosto de 2008 cuando se llevaron a cabo las entrevistas y clases –según dictamen- para la titularidad de Literatura Latinoamericana II.
Los que hemos tenido el privilegio de tener al Dr. Roberto Ferro como profesor conocemos no solo “su claridad conceptual y su prestancia filosófica” (como señala el Dr. Noé Jitrik), sino que además sabemos que es uno de los únicos profesores de la facultad que insta al alumnado a escribir y publicar, y además –insisto- es uno de los pocos docentes que siempre está dispuesto a leer y corregir cualquier trabajo académico, monografía, informe o intento de escritura de un alumno, y esto no es poca cosa.
Sí, Roberto Ferro es una “rara avis”, puede llegar a relacionar un texto de Onetti, Walsh, Bolaños, Derrida y/o Cortázar, etc., con la lingüística, la filosofía, la teoría literaria, la literatura de los últimos cincuenta años en Latinoamérica, incluyendo el cine, la pintura y otras manifestaciones culturales.
Es una “rara avis”, quizás por esto el jurado no pudo en el dictamen más que manifestar palabras tales como “numerosos” trabajos y realizados en “diversas instituciones”. Es llamativo que aquellos que nos dedicamos a trabajar con el lenguaje, seamos tan pobres a la hora definir lo contundente.
Sí, tener una trayectoria como la de Roberto Ferro en la Literatura Latinoamericana es una “exageración” pero no sobrenatural, ni pertenece a la literatura fantástica.
En tal caso, la única perplejidad es lo grotesco de la decisión del jurado.
Estas son unas líneas laudatorias, y porqué no ante tanta injusticia.

3 comentarios:

Lu dijo...

Cursar con Ferro fue una de mis mejores experiencias en la facultad. Tiene alma de docente, que guía y orienta, da siempre lo mejor de sí y exige lo mejor de nosotros. No hay muchos docentes que quieran lo mejor de sus alumnos, no muchos fomentan el pensamiento.
Los estudiantes no queremos eruditos que nos hipnoticen con sus discursos para repetirlos después, queremos aprender. Aprender a leer, a pensar, a producir. Ferro lo enseña, porque es generoso. No necesita rodearse de mediocres para ser mejor, vale mucho por sí mismo y saca lo mejor de los demás.
Queremos que nos siga enseñando, acompañando y orientando como docente.

Jirafas dijo...

ferro, usted es grosso, y finalmente eso se va a reconocer. y si no, se reconocerá que la facultad que habla tanto de prestigio, el único prestigio que tiene es hundirse cada vez más en la mierda. y así, de tener una de las materias más concurridas de la carrera, se pasará a presenciar un programa de utilísima.
saludos

Cecilia González Gerardi dijo...

Me enteré del escándalo del concurso. Como estudiante de la carrera y
alumna de Roberto me siento indignada. Pero lamento no sorprenderme.
La institución no hace nada por elevar el prestigio académico, y no
recompensa en lo más mínimo a los que tanto esfuerzo hacen por
forjarse una carrera. Si algo de orgullo tenemos aún los que
transitamos las aulas es más debido a las ganas que le ponen los
excelentes docentes que trabajan allí, aún con sueldos de miseria, y
en condiciones desfavorables, pudiendo irse, que a una política
concreta destinada a elevar el nivel de la facultad.
Me parece, luego de leer la nota de Jitrik en www.metaliteratura.com.ar,y el resto de los comentarios, que se enfrentan dos
modelos de profesor, y por tanto dos modelos de estudiante.
Por un lado, el profesor enciclopédico, cuyo fin es repetir
información hasta el hartazgo, e ir sobre lo archirecontraconfirmado.
Por el otro, el profesor que entiende que enseñar no es verter litros
y litros de frases hechas, sino enseñar a pensar, a encontrar nuevas
visiones, nuevas lecturas sobre lo que se creía imposible de
modificar.
El primero produce un estudiante pasivo, cual receptáculo de un saber
construido en otra parte, y probablemente perimido.
El segundo, un estudiante activo, que intenta buscarle el pelo a la
leche. Y no quedarse con recetas de lectura ya obsoletas, por
anacrónicas.
Me parece, y hablo con conocimiento de causa, que la Institución, hace
unos cuántos años, viene inclinándose por aquel modelo de
profesor-estudiante. Y no creo que esto esté alejado de una peligrosa
consonancia con políticas de estado que vienen instrumentándose en la
educación en otros ámbitos.
Creo que no es descabellado pensar que está en consonancia con la idea
de producir seres pasivos, incapaces de pensar por sí mismos, y de
resolver los problemas por otra vía que no sea la "oficial".
Quizás lo que escribo puede sonar a exagerado y virulento, pero es lo
que vengo sintiendo hace algunos años en mi experiencia como docente de esducación media y estudiante de Letras.