Obligado por el anuncio excesivo del título, me propongo exponer una aproximación al tema en breves notas fragmentarias:
1.-La conjunción de un concepto inapresable, desbordado por la desmesura y la confusión, con otro, que remite a los residuos de lo que queda una vez finalizado algún proceso de transformación, ponen de manifiesto la complejidad de la tentativa de aproximación que he anticipado; en términos metafóricos, uno demandaría un catalejo, que permitiera una exploración a una distancia adecuada para poder vislumbrar la extensión y los límites de su territorio; en el análisis del otro, en cambio, sería necesario una lupa para revisar atentamente la composición de la materia consumida.
2.-La literatura, pensada como objeto de conocimiento, es un conjunto heterogéneo, heredado y de límites inestables. Un conjunto que se constituye más allá de la diversidad de los objetos, acciones, valores, procesos e instituciones, que lo componen. Asimismo, la literatura puede ser pensada como un espacio en el que todos leen y algunos escriben. La escritura que reconocemos como perteneciente al espacio literario es una rescritura de otros textos, discursos, tradiciones, genealogías, en síntesis, operaciones de transformación de los textos leídos.
3.-Las dos primeras acepciones de la palabra “resto” en el Diccionario de la Real Academia dicen: 1.-Parte que queda de un todo. 2.- En los juegos de envite, cantidad que se considera para jugar y envidar.
Trataré de ponerlas en contacto. En la primera entrada, el resto es el resultado de una mutación, en literatura es aquello que luego de la lectura permanece como un residuo ilegible. Ese resto ya no es el texto, ni tampoco es algo extraño a su entidad; en consecuencia, ese resto de ilegibilidad no es tanto lo que queda de un todo después que ha sido modificado por un proceso de transformación, como aquello que resiste a que el todo se cierre sobre sí mismo.
Ese resto que queda, aquello que no se consumió, es lo que hace del texto un texto literario, ese ofrecerse siempre abierto a otras lecturas, que a su vez nunca podrán develar los residuos de ilegibilidad con que la escritura se constituye. De acuerdo a la segunda acepción, la escritura literaria siempre supone un desafío, un envido, al lector para la producción de un sentido siempre otro cada vez. El resto ilegible del texto es la condición de posibilidad de la legibilidad literaria. Lo ilegible no es aquello que no se puede leer, es el resto que anticipa nuevas y múltiples lecturas.
4.-Los textos no pertenecen a ni a un discurso ni a un género en particular, participan de varios de ellos. Si bien es indiscutible la concepción de que son los lectores quienes inscriben los textos en los espacios discursivos y en los géneros, la plasticidad y la dimensión significativa de la escritura es la instancia primordial que promueve la multiplicidad y la complejidad de esas lecturas. El texto literario es un yacimiento inagotable al que el ojo que lee puede regresar una y otra vez, sin la amenaza de quedar atrapado en un desierto poblado de los estereotipos.
5.-Creo que una de las mayores confusiones que se producen en torno de la idea de la literatura está vinculada por el deslizamiento al espacio literario de todo aquello que tiene forma de libro.
El desconcierto se ha agravado con la intensificación de los cambios operados en la producción, distribución y comercialización de los libros, regidos desde hace unos años por los mismos criterios de los otros productos que participan del mercado. Las grandes editoriales, las cadenas de librerías, los suplementos culturales de los diarios -dignos exponentes de las políticas de marketing de las dos primeras- imponen como valor fundamental el consumo, lo que supone una dinámica vinculada con la necesidad de agotar los stocks.
6.-Desde mi perspectiva, el valor literario es contradictorio con las normas que organizan la compra venta de productos en el mercado; la lectura de textos literarios deja restos que no se consumen y se abren la múltiples posibilidad de otras lecturas. Esa es la diferencia, lo literario resiste el consumo, lo literario reside en ese resto con el que los textos convocan a nuevas lecturas.
7.-La literatura y el resto configuran una conjunción que habilita un gesto especulativo en torno de los modos en que es posible establecer ciertos parámetros para la categorización de los libros. No creo que sea un criterio único ni indiscutible; sí, en cambio, creo que contribuye evitar que algunos productos comercializados en forma de libro sean caracterizados como literarios en campañas de promoción publicitaria con el único objeto de recibir el plus de aprecio que todavía conservan los textos literarios.
Estas notas son apuntes de una tentativa de teorizar la relación entre texto literario y resto, no hay pretensión alguna de establecer un nexo transhistórico, sino más bien de avanzar en una reflexión imaginativa, que deberá contemplar las variantes socioculturales e históricas en una etapa posterior.
Buenos Aires, Coghlan, febrero de 2009.
Roberto Ferro
rferro@filo.uba.ar
1.-La conjunción de un concepto inapresable, desbordado por la desmesura y la confusión, con otro, que remite a los residuos de lo que queda una vez finalizado algún proceso de transformación, ponen de manifiesto la complejidad de la tentativa de aproximación que he anticipado; en términos metafóricos, uno demandaría un catalejo, que permitiera una exploración a una distancia adecuada para poder vislumbrar la extensión y los límites de su territorio; en el análisis del otro, en cambio, sería necesario una lupa para revisar atentamente la composición de la materia consumida.
2.-La literatura, pensada como objeto de conocimiento, es un conjunto heterogéneo, heredado y de límites inestables. Un conjunto que se constituye más allá de la diversidad de los objetos, acciones, valores, procesos e instituciones, que lo componen. Asimismo, la literatura puede ser pensada como un espacio en el que todos leen y algunos escriben. La escritura que reconocemos como perteneciente al espacio literario es una rescritura de otros textos, discursos, tradiciones, genealogías, en síntesis, operaciones de transformación de los textos leídos.
3.-Las dos primeras acepciones de la palabra “resto” en el Diccionario de la Real Academia dicen: 1.-Parte que queda de un todo. 2.- En los juegos de envite, cantidad que se considera para jugar y envidar.
Trataré de ponerlas en contacto. En la primera entrada, el resto es el resultado de una mutación, en literatura es aquello que luego de la lectura permanece como un residuo ilegible. Ese resto ya no es el texto, ni tampoco es algo extraño a su entidad; en consecuencia, ese resto de ilegibilidad no es tanto lo que queda de un todo después que ha sido modificado por un proceso de transformación, como aquello que resiste a que el todo se cierre sobre sí mismo.
Ese resto que queda, aquello que no se consumió, es lo que hace del texto un texto literario, ese ofrecerse siempre abierto a otras lecturas, que a su vez nunca podrán develar los residuos de ilegibilidad con que la escritura se constituye. De acuerdo a la segunda acepción, la escritura literaria siempre supone un desafío, un envido, al lector para la producción de un sentido siempre otro cada vez. El resto ilegible del texto es la condición de posibilidad de la legibilidad literaria. Lo ilegible no es aquello que no se puede leer, es el resto que anticipa nuevas y múltiples lecturas.
4.-Los textos no pertenecen a ni a un discurso ni a un género en particular, participan de varios de ellos. Si bien es indiscutible la concepción de que son los lectores quienes inscriben los textos en los espacios discursivos y en los géneros, la plasticidad y la dimensión significativa de la escritura es la instancia primordial que promueve la multiplicidad y la complejidad de esas lecturas. El texto literario es un yacimiento inagotable al que el ojo que lee puede regresar una y otra vez, sin la amenaza de quedar atrapado en un desierto poblado de los estereotipos.
5.-Creo que una de las mayores confusiones que se producen en torno de la idea de la literatura está vinculada por el deslizamiento al espacio literario de todo aquello que tiene forma de libro.
El desconcierto se ha agravado con la intensificación de los cambios operados en la producción, distribución y comercialización de los libros, regidos desde hace unos años por los mismos criterios de los otros productos que participan del mercado. Las grandes editoriales, las cadenas de librerías, los suplementos culturales de los diarios -dignos exponentes de las políticas de marketing de las dos primeras- imponen como valor fundamental el consumo, lo que supone una dinámica vinculada con la necesidad de agotar los stocks.
6.-Desde mi perspectiva, el valor literario es contradictorio con las normas que organizan la compra venta de productos en el mercado; la lectura de textos literarios deja restos que no se consumen y se abren la múltiples posibilidad de otras lecturas. Esa es la diferencia, lo literario resiste el consumo, lo literario reside en ese resto con el que los textos convocan a nuevas lecturas.
7.-La literatura y el resto configuran una conjunción que habilita un gesto especulativo en torno de los modos en que es posible establecer ciertos parámetros para la categorización de los libros. No creo que sea un criterio único ni indiscutible; sí, en cambio, creo que contribuye evitar que algunos productos comercializados en forma de libro sean caracterizados como literarios en campañas de promoción publicitaria con el único objeto de recibir el plus de aprecio que todavía conservan los textos literarios.
Estas notas son apuntes de una tentativa de teorizar la relación entre texto literario y resto, no hay pretensión alguna de establecer un nexo transhistórico, sino más bien de avanzar en una reflexión imaginativa, que deberá contemplar las variantes socioculturales e históricas en una etapa posterior.
Buenos Aires, Coghlan, febrero de 2009.
Roberto Ferro
rferro@filo.uba.ar
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